Desdomesticar la danza
Una huella precede la escena. Es un ruido de fondo que subyace, pide atención: esto empezó hace tiempo.
Podemos ver todo el espacio mientras oímos el ruido. La luz titila: algo ya pasó aquí.
Alguien entra, ocupa el fondo de la escena. Advierte en su rostro una presencia de tiempos y tiempos.
En la quietud, en la inmensidad de la mirada, Clarissa Sachelli hace un conjuro.
Hace tiempo invocando una historia en el cuerpo, una corpografía, una coreografía que la mueve, que es política, económica, social, biológica.
Su cuerpo se transforma en esa memoria de todas estas cosas.
Evidencia técnicas de movimiento como si estuviese en una línea de producción y la maquinaria que ella opera ocupa el espacio en negativo. Lo lleno de la maquinaria son los movimientos. No la vemos, pero está allí sonando.
Clarissa fabrica con esa maquinaria la economía de lo que no se pierde y va al corazón, al deseo, de lo que se vuelve político en lo eclipsado.
En una atmósfera de sueño y melancolía, un mar de fondo singulariza los gestos en el presente, hunde sus manos en la espuma de la historia y se desplaza con una pregunta que podemos escuchar.
A través de líneas que destellan en el espacio, una danza que conspira contra la invisibilización.
Por Florencia Carrizo
Sobre apertura residencia Clarissa Sachelli