Un cuarto propio
Virginia Woolf en su libro Un cuarto propio dice que toda mujer que decide contar su historia sin mentiras es feminista. Al margen de la palabra mentira, como manera de ocultamiento o borde del cual tener un intervalo de anonimato o ficción, las mujeres, a lo largo de la historia patriarcal del mundo, se contaron a sí mismas de modos muy diversos. Esas historias están situadas en algún lugar, la habitación es uno de ellos.

La habitación es esa morada de los deseos. Ahí experimentamos la sexualidad, los sueños. El cuerpo que se retira a descansar del mundo, poner una pausa entre el día y la noche. Retirarse para la lectura, para la siesta, para cambiarse la ropa.

La habitación también es el lugar del juego en la infancia, el lugar al que las chicas nos retiramos a escribir nuestros diarios íntimos, la carta para una amiga, o para alguien que nos gusta. A conversar de cosas de las cosas que importan.

Es ese lugar posible en el que se producen atmósferas para la amistad en los espacios de las casas. Es ese lugar posible en el que se producen atmósferas para crear afinidades.

Desde la tersura de la lengua de la amistad, en la que no hay secretos ni confesiones, sino prácticas concretas del cuidado de sí en colectivo, me pregunto cuán amable -en la literalidad de lo amable: algo que puede amarse-, la fuerza de la amistad nos pone en contacto con el devenir.

Las cosas de la amistad son políticas, así como lo es una habitación. Las relaciones que establecemos en esos modos singulares de construcción -entre personas, entre espacios- nos permiten accionar hacia afuera de la cuestión de la privacidad.

La intimidad de nuestra habitación conversa con el afuera. Pliegues y pliegues de las experiencias del mundo flotando en la habitación.

Cómo potenciar entonces las experiencias de la amistad a partir de los detalles que la historia no abarca.
Por Florencia Carrizo
Sobre obra Conversación: Habitación o morada