Lo que no se ve

o esto que ya no vemos
En la mañana lluviosa el museo parece un bloque vacío que se recorta en la avenida gris. Allí vamos a compartir un momento de ensayo reflexivo con uno de los invitados.

En su interior, bajo un techo que no permite el salto y con un ventanal que lo invita, diversos materiales se conjugan con el hombre. Confabulados en forma de objetos, la madera, el vidrio, las telas, los plásticos, trabajan visibilizando experiencia en consonancia con el performer.

Ese espacio se desparrama bajo el pensamiento visual de un cuerpo que conjura ocultamientos.

Todos sus movimientos son producidos por la acción concreta de mover el objeto. Cada esfuerzo detenido allí es un procedimiento que devela relaciones.

El hombre juega con la posibilidad de ver o no. Y también de creer en lo que se ve.

En la sala los elementos aguardan la presencia del otro que mire, que sea testigo, que les dé sentido, que los signifique, que los vea. Aunque no hay nada que ver, todo se ve.

La visibilidad se construye sobre lo negado y lo negado emerge desde su propia negación, como emerge el museo en la avenida nublada.

¿Qué relación hay entre el ver y el hacer? ¿Es la visión la que configura lo hecho? ¿Ver y hacer se articulan como pensar y existir?

Tensiones que afirman por negación, que ponen de relieve y en primer término aquello que trata de escindirse del lugar central. Toda la periferia afecta y señala hacia aquel lugar que se evade.

Muchos conceptos se asoman, algunos parecen tomar forma y consolidarse, otros se desvanecen, otros se encadenan y repercuten en la realidad social del país donde tiene lugar la residencia, atravesada por la pregunta sobre un cuerpo que no aparece.

Resonancias que emanan de los objetos, de lo que se ve y no se ve, de lo que pasa y es negado.

“Aquí no ha pasado nada”, es la frase que afirma aquí pasó de todo.
Por Nea Rattagan
Sobre ensayo sobre residencia Ignacio Antonio de Antón