El guerrero de la primavera
Cuando tenía once o doce años tuve una etapa de afición a las novelas históricas, me había enganchado con la historia de la expansión mongola cuando Gengis Khan supo dirigir a sus jinetes invadiendo Asia y parte de Europa. Un libro que me había enganchado era sobre la vida de Alejandro Magno. Me quedan un par de imágenes épicas de su vida: un baño en el Ganges, los diálogos, nada más y nada menos que Aritsóteles, la amistad con sus compañeros de ruta. Otra de ellas es la de Magno al final de una guerra montando a su caballo, los dos extenuados, los dos empapados en sudor y sangre y humeando, largando vapor de la humedad propia y ajena, un vapor que venía a confirmar el halo casi sagrado del héroe. Me acuerdo que esa imagen me impactó muchísimo. Se me presentó como algo muy real, pensé que así de terribles eran las batallas reales, no como en las películas. La radicalidad de esa experiencia debería ser algo visible, si vas a la guerra por más que ganes, tu cara tu cuerpo tu ropa ya no van a ser las mismas que antes. Como meterse a una pileta vestido, algo que te transforma y por ende -superstición sobre forma y sustancia- se nota, se ve, se hace presente en signos externos.

En la performance de Dinis Machado el vapor que exhalaba su cuerpo fue una especie de accidente, una circunstancia casual, pero en cierto modo fue también un signo externo, una presentación de Algo más inhasible.

Él habla de ritual y de folclore, de la mixtura de estos mundos en su práctica. El acierto para mí está no tanto en la metáfora del ritual, las reminiscencias orientales, por ejemplo, sino más bien en el ritual como modelo, como juego creativo, como aceptación de lo que ya hacemos. De que hay cosas que intuimos o que podemos percibir, sin poder conocerlas cabalmente en su totalidad. De que lo que vemos se conecta con un más allá convocante, atractivo.

¿Qué es lo que lleva a este pibe a moverse así?
Por Juan De Rosa
Sobre obra Paradigma