El lugar donde me quise

quedar
Nos han enseñado que el tiempo tiene una estructura de principio, desarrollo y fin.
Nos han educado para confiar que ese fin conduce al progreso.
Nos han chipeado para que produzcamos, concretemos, seamos eficientes.
Es por esto, que nos han dejado atónitos cuando en “Ó” solo hay una sola cosa por mucho tiempo.
Condenados a la abulia e intranquilos por la única propuesta, nos han jaqueado la ansiedad.
Con la posibilidad de encontrar distintos puntos de vista hemos recorrido el espacio. Quizás hasta nos chocaron o esquivamos dos cuerpos rolando.
Dos cuerpos que con un poco de brillo se descubren a veces demasiado humanos, golpeados, a veces topadoras.
Ante una sola propuesta, hemos contemplado el espacio, hablado con alguien, cambiado de nivel.
Dedicados al tiempo hemos festejado la abulia.
Hemos encontrado detalles en su propuesta.
Hemos contemplado.
Un gigante lleno de tiempo.
Una pequeña llena de calma.
Hemos visto la persistencia horizontal y la resistencia vertical.
Hemos visto que eran cuerpos humanos protegidos con rodilleras que se ablandan cuando impactan con algo.
Hemos visto el virtuosismo de adaptarse al suelo frío y liso.
Me pregunto:
Cuánto se puede estirar un elástico hasta que su tensión sea insostenible.
Qué es el espacio sino la percepción de uno mismo dentro de él.
Qué es una dramaturgia que escapa a principio, desarrollo y fin.
Qué es ser un espectador impaciente.
Qué es la experiencia del sonido con otros.
Qué es brillar.
Qué es ser una roca bajando por una montaña.

La horizontalidad no es una virtud de esta época. Sin embargo, en aquel lugar desamparado en el que pasaba la pequeña cosa rolar, yo me quise quedar.
Por Caterina Mora
Sobre obra Ó